“Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia.”
Mt. 28:19-20
El bautismo es la puerta de entrada a la vida de fe en Jesucristo, que encuentra expresión en ser un miembro de Su Cuerpo místico, la Iglesia, concretamente viviendo una vida sacramental activa de fe en una parroquia.
El bautismo tiene beneficios únicos y responsabilidades. A través de los signos sacramentales, el bautismo lleva las semillas de la vida divina al alma misma del niño, haciendo del joven hijo de Dios y vaso del Espíritu Santo.
El bautismo confiere al niño una gran dignidad, iluminando al joven con la gracia y la luz espiritual para el camino que tiene por delante.
Como tal, la celebración del Bautismo es un momento de gran alegría para los padres al ver nacer en su hijo las promesas de Cristo y la esperanza de la eternidad.
Es también un día de gran alegría para la Iglesia porque las palabras de Cristo se cumplen ante nuestros ojos. Cristo Resu-citado dijo una vez: “Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípu-los. Bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”
El ritual del Bautismo hace realidad esta gran comisión de nuestro Señor. Por lo tanto, también se convierte en un día de gran alegría para nuestra familia parroquial cuando vemos a Cristo actuando entre nosotros, permitiendo que nuestra comunidad parroquial crezca en número.