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Del Escritorio de Nuestro Párroco

Querida familia:

Este fin de semana, Jesús nos enseña una lección magistral de humildad. El Evangelio de hoy dice: “Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos.” Los presentes observaban atentamente a Jesús, quizá buscando una trampa. Jesús también observaba su comportamiento y se daba cuenta de cómo elegían los puestos de honor. Buscaban reconocimiento. Esta actitud de los fariseos provenía del orgullo, uno de los siete pecados capitales. El deseo de Jesús era ayudarlos a ver el error de sus vidas para que se convirtieran en buenos discípulos. Y su deseo para nosotros sigue siendo el mismo.

Jesús les cuenta una parábola ambientada en un banquete de bodas para enseñarles humildad. Les dice que no busquen el puesto de honor, ya que podría avergonzarlos si llega una persona más importante y les pide que se cambien de puesto. Aquí, Jesús usa el orgullo de ellos para motivarlos a ser más humildes. Les dice que si ocupan el lugar más bajo, si son las personas más importantes, el anfitrión los invitará a un puesto más alto. Quizás haya una falsa humildad aquí. Quizás se reduzcan a un segundo plano con la esperanza de ser llamados, pero al menos es un comienzo. A veces, los cambios que necesitamos para ser buenos discípulos deben darse poco a poco, porque eso es todo lo que podemos manejar.

En estos tiempos, la palabra "humildad" ha perdido su verdadero significado. Entonces, ¿qué es la "humildad"? Algunos piensan que ser humilde significa no poder reconocer el bien que hacemos. Incluso llegan a pensar que ser humilde significa pensar que no somos buenos. Eso no es cierto. Podemos ser humildes y reconocer el bien que hacemos, dando crédito a quien lo merece. La humildad es una virtud olvidada, vital para un cristiano, como el radar lo es para un avión. Es la virtud de la honestidad sobre nosotros mismos, sobre nuestras almas y sobre nuestra urgente necesidad de la gracia de Dios. La humildad no es baja autoestima, ni estupidez, ni timidez, ni necedad. La verdadera humildad se trata de la verdad, la verdad sobre quiénes somos realmente, los talentos que tenemos y, aún más importante, los que no tenemos: nuestras limitaciones. Es una comprensión de nuestra necesidad de Dios y del prójimo, de nuestros hermanos y hermanas.

La oración colecta de hoy nos recuerda que Dios es "el dador de todo bien". Podemos hacer el bien gracias a los dones que Dios nos ha dado. Por lo tanto, la humildad comienza ahí, reconociendo a Dios como el dueño de la Creación y todo lo que hay en ella. La humildad es una virtud que debemos incorporar a nuestra vida.

Por ejemplo, el lunes celebraremos el Día del Trabajo. Es un día para celebrar los logros que se derivan de nuestro trabajo. ¿Cómo vemos nuestro trabajo? Quiero aclarar que con "trabajo" no me refiero simplemente a lo que hacemos en un empleo remunerado. "Trabajo", como me refiero, puede incluir cualquier tarea que realicemos. Quizás somos voluntarios. Puede ser lo que uno hace como padre para criar a sus hijos. La buena crianza no se motiva para que los padres se vean bien a través de sus hijos (esto sucede, pero no debería ser la motivación). La buena crianza se motiva para ayudar a sus hijos a convertirse en buenas personas y buenos discípulos. ¿Nos enorgullecemos de nuestro trabajo? ¿Ponemos toda nuestra energía en ser los mejores, intentando ser mejores que los demás? Eso sí que sería orgullo. Es mejor ser humilde. Al ser humildes, intentamos dar lo mejor de nosotros mismos, pero no para aparentar, sino para la mayor gloria de Dios. ¿A quién preferirías tener cerca? ¿A una persona humilde o a una fanfarrona? Piensa en las palabras del libro del Eclesiástico en la primera lectura de hoy: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te amarán más que al hombre dadivoso.” ¿No es más fácil trabajar con alguien que se humilla y colabora contigo que con alguien que hará cualquier cosa por progresar sin preocuparse por los demás?

Con la humildad adecuada nos abrimos a la ayuda de los demás. Nos abrimos a la guía de Dios. Pienso en las palabras del libro del Eclesiástico: “El hombre prudente medita en su corazón las sentencias de los otros, y su gran anhelo es saber escuchar.” Si somos verdaderamente humildes y sabios, queremos escuchar para crecer. Después de todo, ¿cuál es nuestro objetivo? ¿Buscamos ganar mucho dinero (eso sería avaricia)? ¿Solo queremos lucir bien (eso sería orgullo)? ¿O intentamos vivir las palabras del Padrenuestro, “venga a nosotros tu reino”, trabajando para dar a conocer el reino de Dios en este mundo?

¿Qué hay de nuestra humildad ante Dios? ¿Cuál es nuestra actitud al acercarnos a Dios? ¿Nos damos cuenta de que al venir a la casa de Dios, nos presentamos ante el Señor? Sí, Dios está presente en todo, pero ¿no está Dios presente aquí en la iglesia de una manera especial? Por eso hacemos una genuflexión al entrar en una iglesia donde está el Santísimo Sacramento dentro del Sagrario. Es nuestro reconocimiento de la grandeza de Dios. ¿Oramos antes de la Misa para entregarle nuestras preocupaciones a Dios y así poder concentrarnos en glorificarlo? ¿Nuestra apariencia (la forma en que nos vestimos) sirve como reconocimiento de nuestro amor a Dios? ¿Venimos aquí para recibir algo? Que conste, ¡recibimos siempre algo maravilloso: la gracia! La recibimos a través de la Palabra de Dios y la Eucaristía. Sin embargo, venir aquí no se trata solo de recibir algo. Venir aquí a la celebración de la Misa se centra en alabar a Dios por lo que ya ha hecho por nosotros. Nos humillamos para agradecerle. Al hacerlo, nos abrimos a confiar en Dios para vivir en su paz en el futuro. Es al entregarnos a Dios y vivir con gratitud por lo que nos ha dado que podemos encontrar paz y decirle: “Porque en ti vivimos, nos movemos y existimos”, como dice el Prefacio VI de los Domingos del Tiempo Ordinario.

Maestro y ejemplo perfecto de humildad, Jesucristo afirma claramente en Mateo 11:29 que es manso y humilde de corazón; sus discípulos (tú y yo) debemos aprender de él. Él, siendo Dios, se humilló hasta la condición de mortal y murió como un criminal en el madero solo para salvar al hombre pecador (Fil 2:5-11). Él vino a servir, no a ser servido, y a dar su vida en rescate por muchos (Mc 10:45). Esto lo demostró cuando se humilló para lavar los pies de sus apóstoles y darnos un ejemplo de humildad que pudiéramos seguir (Jn 13:15). No es de extrañar que hoy nos encargue humillarnos para ser exaltados (Lc 14:11).

Querida familia, la vida de Cristo debe ser nuestra guía hoy; debe ayudar a quienes son grandes según los estándares humanos a ser más humildes, pues nadie puede igualar la altura alcanzada por Cristo; sin embargo, nadie ha demostrado ni demostrará ser más humilde que Él. Debemos esforzarnos por no ser como los escribas y fariseos que se enorgullecían de las frivolidades de la vida y de sus posesiones. En lugar de estatus y cosas similares, deberíamos esforzarnos por seguir siempre el camino de Cristo, el camino de la humildad. San Pablo nos dice en su primera carta a los Corintios 1:31 que solo debemos enorgullecernos de Dios y de nada más. Todo lo que tenemos, incluso nuestra vida y nuestro tiempo, es prestado; en realidad, no tenemos nada que no nos haya sido dado gratuitamente por Dios. Con humildad, debemos asegurarnos de usar nuestras bendiciones para el bien de los demás, no de quienes nos pagarán mañana, sino de quienes realmente las necesitan.

Humildemente seamos ¡Un Cuerpo, Un Espíritu, Una Familia! Santísima Virgen María, Santa Katharine Drexel, Santa Teresa de Ávila, San Miguel Arcángel, Papa San Pío X, San Charbel y San José Gregorio Hernández, rueguen por nosotros.

¡Suyo en Cristo Jesús!
Padre Omar

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