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Del Escritorio de Nuestro Párroco

Querida familia:

Cada año, la liturgia encarga a dos personajes la tarea de prepararnos para recibir al Señor que viene. Son Isaías y Juan el Bautista. Isaías es el profeta que, en los tiempos oscuros de la historia de su pueblo, supo infundir alegría y esperanza; mantuvo viva la certeza de que las promesas del Señor se cumplirían, incluso en los momentos más oscuros de la historia, cuando los acontecimientos parecían desmentirlas; y una de sus profecías más hermosas la escuchamos en la primera lectura de hoy.

Hoy tenemos mucha necesidad de escuchar las palabras de Isaías, porque el desánimo y el pesimismo están muy extendidos en nuestra sociedad; basta con escuchar ciertos discursos que oímos; a veces parecen una carrera para denunciar cada vez más males en nuestro mundo: “Los tiempos son malos, todo apesta, el mundo va de mal en peor”. Isaías quiere que veamos nuestro mundo como Dios lo ve. Así, en lugar de limitarnos a quejarnos de los dolores del parto, comenzaremos a regocijarnos pensando en la nueva criatura, el nuevo mundo que nace. Los dolores no son los que impiden la muerte del mundo, sino el nacimiento de un mundo nuevo.

El segundo personaje es Juan el Bautista. El profeta que el Señor envió para preparar a Israel para recibir al Mesías de Dios; y hoy, también nos prepara de dos maneras: con sus palabras y con su vida. De este personaje nos hablan no solo los Evangelios, sino también los historiadores. Flavio Josefo nació diez años después de la muerte del Bautista, y nos da testimonio de lo vivo que estaba el recuerdo de este hombre extraordinario en su tiempo. En su libro Antigüedades Judías, se describe al Bautista así: “Era un hombre bueno; animaba a los judíos a llevar una vida recta, a tratarse unos a otros con justicia, a someterse devotamente a Dios y a bautizarse”. Y luego, especifica con mucha claridad cómo el Bautista entendía su bautismo: Dice que Juan creía que este lavamiento no era suficiente para el perdón de los pecados; estaba convencido de que solo era una purificación del cuerpo si el alma no había sido purificada previamente por una conducta recta.

El Evangelio de Mateo presenta la repentina aparición de Juan el Bautista, presentado como una “Voz” que clama. No queda claro si la expresión “en el desierto” se refiere al lugar de la voz que clama o al lugar donde debe prepararse el camino para la venida del Mesías. La singularidad general que caracteriza tanto al Mensajero como a su Mensaje dificulta bastante ubicar la expresión.

Juan el Bautista fue un testigo excepcional; su elección de comida y ropa sugiere que pudo haber estado en el desierto, pues todo en él denotaba desapego. Las regiones de Judea mencionadas también tenían algunas áreas desérticas de donde Juan pudo haber salido de vez en cuando para bautizar a las multitudes que se congregaban en el río Jordán. Sin embargo, en el contexto de la profecía de Isaías, el desierto podría haber sido el lugar ideal para preparar el camino para el Señor, ya que esto completará la sanación de la naturaleza y concluirá la expectativa de todos los sucesos extraños y la paz desconcertante que seguirán al reinado del Mesías: con el lobo como huésped del cordero, la pantera yace con el cabrito, el becerro y el león pastando juntos, guiados por un niño, la vaca y la osa como vecinos cercanos y sus crías jugando juntos, el león comiendo heno con buey, y el bebé abandonado a jugar junto a la guarida de la víbora.

El mensaje de Juan el Bautista es claro: “Arrepiéntanse, porque ya está cerca el Reino de los Cielos”. No solo anuncia el reino, sino que advierte sobre la disposición correcta para recibirlo: el arrepentimiento. Hay mucho que aprender, tanto del mensajero como de su mensaje. Muchos desearían naturalmente el reino sin aceptar la condición para alcanzarlo. El reino promete paz y serenidad, y la abolición de toda enemistad y tendencias depredadoras en cada criatura.

La principal razón de la falta de paz en nuestro mundo actual es el deseo desenfrenado de las cosas mundanas. Presten atención, nos dice el Bautista, tienen ante sus ojos dos reinos: el reino de este mundo, el antiguo, donde la persona exitosa es quien logra imponerse a todos, quien somete a los demás, quien se hace servir: donde todos piensan en sí mismos, en acumular bienes, y desconsideran a los demás. Es el reino del maligno; cuando el maligno se aparece a Jesús, le dice: “El mundo es mío; el reino es mío; se lo doy a quien quiero”. Y Jesús rechaza este reino porque él, el Mesías, viene a inaugurar el reino de Dios, el nuevo mundo.

El reino de Dios está cerca y a la mano para nosotros hoy, y es lo opuesto del primero. En el reino de Dios, grande es el que sirve, no el que domina, y grande es el que no piensa en sí mismo, sino en sus hermanos. Juan el Bautista se destaca como modelo del mensaje que predica. De pie ante los fariseos y saduceos, vestido con piel de camello, y alimentándose solo de langostas y miel silvestre, los retó a producir buenos frutos para su arrepentimiento. Los identificó como una generación de víboras, no solo venenosas en sí mismas, sino también con una implicación más ominosa, ya que las generaciones de víboras son conocidas por matar a sus madres. Ya no bastaría con que los fariseos afirmaran ser hijos de Abraham, sino que debían producir sus propios buenos frutos para demostrar su identidad.

Al acercarse la Navidad, todos los cristianos anticipan las alegrías navideñas, pero no muchos cederían al llamado al arrepentimiento. La única preparación para muchos sería la adquisición de bienes mundanos. Y en el afán de adquirir más, muchos se convertirían en lobos para otros hombres. Juan el Bautista vuelve a proferir amenazas: “El que ha de venir tiene su bieldo en la mano para purificar su mies; limpiará su terreno y recogerá su trigo en su granero, pero quemará la paja en el fuego inextinguible”. El Bautista ciertamente pretendía usar estas palabras en un sentido amenazante. Anunciaba que, cuando el Señor viniera, purificaría vigorosamente el mundo. Cuando el Bautista se dio cuenta de la ternura y bondad de Jesús con los pecadores, se escandalizó y envió a sus discípulos a interrogarlo, y Jesús dijo: “Bienaventurado eres si no te escandalizas del Hijo de Dios”, quien purificará, como dijo el Bautista con su bieldo, pero no eliminando a los malvados y pecadores. Al cambiar el corazón de cada persona, los malvados desaparecerían del mundo.

Mientras esperamos la venida del Mesías con la anticipación de la Navidad, despertemos al claro mensaje de arrepentimiento de Juan. Preparemos nuestros corazones. Como Juan el Bautista, demos testimonio de Cristo con nuestras vidas y no solo con nuestros labios. Que el mensaje de Juan el Bautista penetre en nuestros corazones y nos haga buenos para el reino de Dios por medio de Cristo nuestro Señor, para que permanezcamos ¡Un Cuerpo, Un Espíritu, Una Familia! Santísima Virgen María, Santa Katharine Drexel, San Miguel Arcángel, San José Gregorio Hernández, Papa San Pío X, Santa Teresa de Ávila y San Chárbel, rueguen por nosotros.

¡Suyo en Cristo Jesús!
Padre Omar

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